Nos ha dejado José Luis Malo de Molina (Santa Cruz de Tenerife, 73 años), el prestigioso economista que, durante 23 años (entre 1992 y 2015), fue director general del Servicio de Estudios del Banco de España. Tuve la fortuna de trabajar con él durante gran parte de ese periodo y de merecer su amistad. En los últimos meses, sobrecogía comprobar la serenidad y crudeza con la que hablaba del curso de su enfermedad y de su nefasto pronóstico. Este frio realismo y capacidad para aplicar la lógica sin concesiones ante situaciones complejas fue una constante de su vida personal y profesional.
Desde su posición de director general en el Banco de España, José Luis fue protagonista de un periodo de enorme transformación de la economía española, de la que se convirtió, posiblemente, en su más profundo conocedor. Aún recuerdo el impacto mayúsculo que causaban sus presentaciones —impecablemente estructuradas, detalladas y ecuánimes— ante las delegaciones de los organismos internacionales que visitaban regularmente nuestro país para evaluar la economía española. En una ocasión un jefe de delegación del FMI, tras escuchar la brillante intervención de José Luis en su visita al banco en el primer día de su misión en España, exclamó: “José Luis: nos has escrito ya el informe final de la misión, no sé muy bien cómo vamos a llenar el tiempo hasta que podamos volver a Washington”.
Durante su mandato, siguiendo las enseñanzas de Ángel Rojo, al que siempre consideró su maestro, se esforzó en que el Servicio de Estudios compaginara la profundidad del análisis con la prudencia en su presentación pública. El ejemplo más claro es la forma con la que el Banco reflejaba en sus informes y comparecencias públicas los crecientes desequilibrios —como el exceso de endeudamiento privado, la sobrevaloración de la vivienda, el déficit exterior y el raquítico crecimiento de la productividad— que la economía española acumulaba en los primeros años de nuestra participación en la UEM. En un ambiente de evidente complacencia generalizada por el elevado crecimiento y la creación de empleo, las publicaciones del banco alertaban de los riesgos que conllevaban esos desequilibrios, aunque mantenían la confianza en su corrección ordenada como escenario más probable.
Este tono en la comunicación reflejaba la obsesión de José Luis, que solo recientemente —ya en el último almuerzo que mantuvimos— me reconoció ser algo excesiva, por evitar que análisis demasiado severos por parte del banco pudieran —como el bombero pirómano— contribuir a la materialización de los riesgos señalados. Estos equilibrios dialécticos no fueron siempre bien entendidos. Las hemerotecas y los diarios de sesiones de las Cortes de mediados de la primera década del siglo actual ilustran como, en diferentes legislaturas, un mismo análisis del banco era tan utilizado como referencia para las críticas a las políticas económicas del Gobierno por parte de la oposición como descalificado por alarmista por parte de observadores cercanos al Gobierno de turno. Es curioso que integrantes de ambos sectores hayan coincidido años después en criticar por poco contundentes aquellos análisis que en su momento aplaudían o cuestionaban por alarmistas.
Militante de partidos de izquierda en su juventud, abandonó cualquier disciplina partidista durante su madurez. Aunque a menudo se le situaba en el centro-izquierda, siempre mantuvo a gala su independencia en los debates técnicos. De hecho, sus posiciones de política económica eran ortodoxas: se situaban dentro de lo que, a menudo, se calificaban (y se criticaban desde algunos sectores) como liberales en cuanto a la regulación del mercado de trabajo (del que fue un consumado especialista) y conservadoras en lo que se refiere a las políticas monetaria y fiscal.
Personalmente, podía ser cálido e incluso entrañable en las distancias cortas. Además, era una persona muy familiar, amigo de sus amigos y leal con sus colaboradores. Es verdad que no se puede decir que tuviera siempre trato fácil en las relaciones profesionales. No era amigo de elogios gratuitos y mucho menos de la adulación de los jefes, tan común en las organizaciones jerarquizadas. Por el contrario, usaba su agudeza intelectual para mostrarse despiadado con sus contrincantes dialécticos: fueran estos colaboradores, colegas de otros departamentos del banco o, incluso, superiores en el escalafón. Estos elementos de su fuerte personalidad han podido contribuir a que nunca fuera promovido a gobernador o subgobernador, cargos para los que acreditaba méritos profesionales sobrados.
En todo caso, los economistas que conocimos y trabajamos con José Luis, sobre todo los que continuamos ligados al mundo de los bancos centrales, adquirimos con ello un activo impagable, que nos ha hecho mejores y más capaces de entender lo que la sociedad espera de nosotros. Afortunadamente, ese legado permanecerá indeleble en nuestro recuerdo.
Fernando Restoy es presidente del Instituto de Estabilidad Financiera del Banco de Pagos Internacionales y ex subgobernador del Banco de España.
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